ELIZABETH I: el pecado de la Reina Virgen ELIZABETH I R. Una Vida Privada Intrigante La Reina (no tan) Virgen ? ...
ELIZABETH I: el pecado de la Reina Virgen
ELIZABETH I R.
Una Vida Privada Intrigante
La Reina (no tan) Virgen ?
Aunque parezca un descubrimiento de última hora, las especulaciones sobre los amoríos de la más célebre soberana inglesa del siglo XVI y sus posibles frutos no son datos que los historiadores-investigadores sacan ahora de una chistera como un prestigitador saca un conejo, para darle más emoción a la biografía de tan controvertido personaje real.
Antes que reina, Elizabeth fue princesa y, sobretodo, mujer. Una mujer que, como cualquier ser humano, tiene sus virtudes, sus debilidades, sus vicios... La reputación de uno, al fin y al cabo, consiste en tener el suficiente arte para disimular sus defectos y resaltar sus cualidades, aunque sean una exageración cuando no pura invención.
La última representante de la dinastía Tudor, la misma que pretendió casarse con Inglaterra en el momento en que ascendía hasta el solio real y recibía en su dedo índice el anillo de la coronación, y convertir a cada uno de sus súbditos en hijo suyo, fingió guardar castidad de por vida de cara a la galería: de ahí su apodo popular de "Reina Virgen". Pero, la realidad parece haber sido distinta en muchos aspectos de su vida privada. Sus historias de amor con apuestos y gallardos varones de su corte, se iniciaron mucho antes de que heredase la corona en 1558.
Retrato de la Princesa Elizabeth de Inglaterra (1533-1603), fechado en 1546-47.
Siendo aún una princesa adolescente, se enamoró pérdidamente del flamante y 4º marido de su última madrastra y tutora, la reina Katherine Parr, viuda del colérico Enrique VIII. Nos referimos a Thomas Seymour, 1er Barón Seymour of Sudeley (1508-1549), hermano de la malograda Lady Jane Seymour -tercera esposa de Enrique VIII y madre de Eduardo VI- y de Edward Seymour, 1er Duque de Somerset y Lord Protector de Inglaterra.
Retrato de Thomas Seymour, 1er Barón Seymour de Sudeley (1508-1549).
Thomas Seymour, que había sido el amante de Katherine Parr antes de que ésta consintiera casarse con el rey Enrique VIII, contrajo finalmente matrimonio con ella a los seis meses de fallecer el monarca. Sin embargo, se encaprichó de la pupila de su mujer, la princesa Elizabeth, que residía con ellos en Chelsea. Él tenía 39 años y ella 14. Lord Seymour tenía fama de irresistible entre las mujeres y sus contemporáneos lo reconocían: alto, de buena constitución física, con una espesa barba y cabello castaño tirando a pelirrojo, era un cortesano de gran porte, elegante, audaz, liberal, instruido, valiente y de voz sonora, aunque vacío de contenido.
Retrato de Lady Katherine Parr (1512-1548), Reina Vda. de Inglaterra y luego Lady Seymour.
Sea como fuere, hay indicios de un apasionado idilio entre la pupila y su tutor, hasta que fueron supuestamente sorprendidos en una postura inequívoca por Lady Katherine. Algún que otro autor, afirma que la princesa fue víctima de un cortejo que desembocó en un abuso sexual por parte de Lord Seymour, y que aquella relación adúltera confundió a la joven princesa. Para cortar de raíz el amorío de su marido y evitar un escándalo público, la princesa Elizabeth abandonará la residencia de sus tutores para instalarse en la de Anthony Denny, en Hertfordshire. Nunca volverían a verse madrastra e hijastra, pero siguieron en contacto mediante una abundante correspondencia.
Tras la muerte de Lady Katherine en agosto de 1548, tras dar a luz a una niña, Lord Seymour volvió a perseguir y a cortejar a la princesa Elizabeth. Apenas unos meses después, él mismo es arrestado la noche del 16 de enero de 1549, tras irrumpir bruscamente en los aposentos del rey Eduardo VI -su sobrino- y matar a uno de sus perros que intentó morderle. Encerrado en la Torre de Londres, el consejo le acusó oficialmente de 33 cargos por traición el 22 de febrero. Sus enemigos en la corte habían triunfado... El 20 de marzo, era ejecutado y todos sus bienes confiscados por la Corona.
Retrato de la Princesa Elizabeth fechado en 1555.
Pero, el gran amor de Elizabeth fue, sin duda alguna, Robert Dudley (1532-1588), hijo del 1er Duque de Northumberland y antiguo compañero de juegos de la infancia. Dudley era guapo, joven, atlético, atractivo, galante y divertido,... pocas mujeres se resistían a sus encantos varoniles y Elizabeth no fue la excepción. La amistad adolescente dio paso al amor. Pero, para desgracia de la enamorada, Robert estaba casado con Amy Robsart, hija de un rico escudero de Norfolk, desde el 4 de junio de 1550.
Retrato de Sir Robert Dudley (1532-1588), Lord Denbigh, 1er Conde de Leicester.
En 1553, Robert Dudley estuvo a punto de perder la cabeza al implicarse en la trama política de su padre, en la que intentó cambiar el orden sucesorio inglés al proclamar reina a Lady Jane Grey, desafiando las disposiciones testamentarias de Enrique VIII según las cuales la corona debía recaer en su hija primogénita María. La loca aventura no rebasó los 9 días: María I marchó triunfalmente hasta Londres, contando con el apoyo del pueblo y de la nobleza católica, y la fugaz Juana I terminó con su cabeza en el tajo.
Retrato de Elizabeth I, Reina de Inglaterra e Irlanda de 1558 a 1603; fechado en 1559, año de su coronación en Westminster.
En 1558, cuando Elizabeth asciende al trono tras el fallecimiento de su medio-hermana mayor María I, Robert Dudley será ampliamente distinguido por ella con el cargo de Caballerizo Mayor del Reino, dinero, tierras y títulos nobiliarios. Al ser objeto de tales favores, los enemigos católicos de la nueva soberana arremeterán contra ésta difundiendo su relación adúltera con Dudley, en un momento en el que crecían las presiones sobre Elizabeth para que accediera a casar con alguno de los pretendientes extranjeros y asegurase con un hijo la continuidad y estabilidad de la Corona Inglesa.
En 1559, Robert Dudley ocupa los aposentos vecinos a los de la reina, hecho que disparará los rumores de una más que probable relación sexual entre ellos.
En 1560, la situación se agrava: la muerte accidental de Amy Robsart en Cumnor Place, pasa a ser sospechosa y suceptible de ser investigada. Muchos apuntan que fue asesinada por encargo de su marido Robert Dudley, quien ambicionaba contraer matrimonio con la reina. La reputación del suspirante y favorito real será, en consecuencia, por siempre mancillada por aquel providencial enviudamiento, arruinando sus esperanzas de casar con Elizabeth I.
Pero, a finales de 1561, la reina cae repentinamente enferma: supuestamente aquejada de hidropesía; su cuerpo se hincha de fluídos y, sobretodo, su abdomen. Un hecho en el que se fija particularmente el embajador español y reseña en sus cartas dirigidas a Madrid. ¿Hidropesía o embarazo? El caso es, que la reina tiene que guardar cama y rehuír cualquier evento oficial durante un tiempo. Pero, el asunto no acaba ahí...
Una noche de ese mismo año, uno de los sirvientes de la gobernanta y gran amiga de la reina -Katherine Ashley-, un tal Robert Southern, es requerido urgentemente en Hampton Court. El personaje se verá luego preguntado sobre si conoce a alguna ama de cría de confianza que pueda ocuparse de un infante recién nacido. Ante la sorpresa de Southern, el personal de palacio le explicará que el bebé en cuestión es fruto de un desliz de una de las damas de la reina y que era menester llevárselo lejos y cuanto antes, para evitar que la historia llegase a oídos de Elizabeth I. Por ello, se rogó a Robert Southern que tomara al infante bajo su cuidado y lo educara en Londres como si fuera uno de sus propios hijos. La única recomendación que transmitieron a Southern fue que el crío fuera educado como correspondía a todo hijo de noble caballero. Tras haberse comprometido a seguir las indicaciones a rajatabla, llevó al bebé consigo y le impuso el nombre de Arthur.
Pocas semanas después, la reina Elizabeth I pareció estar milagrosamente restablecida y reanudó con sus apariciones públicas.
En 1562, la soberana cayó nuevamente enferma pero, esta vez, se diagnosticó su mal con más claridad: la viruela. De esa enfermedad, raras veces se conseguía escapar vivo...
Otra vez encamada, presa de fuertes fiebres que la hacían delirar, Elizabeth I se temía lo peor. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, insistió con vehemencia, desde su cama de enferma y ante sus consejeros reunidos, que su querido Robert Dudley fuera nombrado Lord Protector del Reino en caso de que muriera, y que se le concediese una anualidad de 20.000 libras por ello. Aquellas disposiciones reales no hicieron sino confirmar, a ojos de sus cortesanos, la auténtica naturaleza de su relación con el Conde de Leicester: que era su amante.
Cosa aún más extraña, Elizabeth I ordenó que se concediera a un sirviente de Lord Leicester, John Tamworth, una pensión de 500 libras anuales. ¿Se trataba de una compensación por un gran favor hecho a la reina?¿Cual era la naturaleza de ese favor?
Pese a todo, la reina consiguió triunfar de la viruela, reponerse y ocultar con maquillaje las cicatrices dejadas por esa enfermedad mortal.
Semanas más tarde, la soberana escribió de su puño y letra una serie de oraciones tan sorprendentes como inesperadas, muy distintas de las anodinas que hasta entonces había compuesto anteriormente. En esas oraciones, mencionaba un gran pecado que había cometido, sin esclarecer cuál era aunque parece fácil de adivinar: escribió "Por mis pecados secretos límpiame. Por los pecados de los demás, pusiste a tu sierva. Muchos pecados le han sido perdonados porque ella amó demasiado..."
Retrato de la reina Elizabeth I, entre los años 1565 y 1570.
Durante todo su reinado, Elizabeth I tuvo que tomar decisiones que le fueron especialmente trabajosas cuando no duras pero, en esas oraciones, parece confesar un pecado de índole sexual y referirse a uno de los mayores sacrificios jamás hecho en su vida, como el abandono de un niño por su madre.
¿Cabría imaginar que la soberana, saludada como la Reina Virgen, tuvo una relación ilícita y que dio a luz a un hijo al que prefirió ocultar y abandonar a su suerte, antes que afrontar públicamente semejante escándalo?
Un Bastardo Inglés en Madrid
Veintidos años después del misterioso alumbramiento en Hampton Court, el bebé confiado a Robert Southern se ha convertido en un joven que descubre, no sin sorpresa, su verdadera identidad por boca de su moribundo padre adoptivo (1583). En realidad, el ya anciano Southern le confesará que él no es su verdadero padre delante de un testigo y amigo llamado Smyth, un maestro de escuela local, sin darle más detalles sobre su origen. Es el testigo, el maestro de escuela en cuestión quien le confesará, ante la insistencia del joven, que es hijo ilegítimo de Lord Leicester y de Su Graciosa Majestad.
Arthur Dudley, que viajaba a bordo de un barco inglés, naufragaría accidentalmente en el Golfo de Vizcaya cuatro años después de conocer el secreto sobre su nacimiento, en junio de 1587. Exhausto, y con barba de varios días, Arthur sería apresado e inmediatamente entregado a las autoridades para ser encarcelado en San Sebastián e interrogado sobre las circunstancias que llevaron su embarcación hasta las costas españolas. En su declaración inicial, se declara como súbdito inglés y de confesión católica, en viaje de peregrinación al monasterio catalán de Montserrat. Naturalmente, los españoles creen que se trata de un espía inglés y, por tanto, será trasladado hasta Madrid e interrogado ante una corte judicial. Preguntado sobre su identidad, éste confesó : "Soy el hijo bastardo de la Reina Elizabeth de Inglaterra y de su amante Robert Dudley."
Tamaña declaración consternó a los jueces castellanos; más en una época en que su confesión amenazaba con socavar la ya de por sí tensa relación existente entre la católica España de Felipe II y la protestante Inglaterra de Elizabeth I, y justo un año antes de que la Gran Armada fuera lanzada contra la Pérfida Albión con misión de conquistarla y someterla. Por ello, se requirió la presencia de un caballero inglés católico, exiliado en España desde la década de 1560 y que había sido consejero de la reina María I, Sir Francis Englefield, que se encargó de interrogar al prisionero y de transcribir en negro sobre blanco todo el proceso judicial llevado a cabo...
Esa increíble historia habría caído en el más absoluto olvido de no ser por las investigaciones del Dr. Paul Doherty, profesor de la Universidad de Oxford e historiador que tiene, a sus espaldas, nada menos que 70 novelas históricas escritas y publicadas.
En el curso de sus pesquisas, Doherty descubrirá al misterioso "bastardo" al dar con los denominados "Papeles Englefield", encontrando las evidencias que corroboran su existencia y la de todos los nombres de los personajes que aquél citó en su interrogatorio en junio de 1587.
Retrato del rey Felipe II de España (1527-1598), según Alonso Sánchez Coello.
Conformada por varios documentos, los "Papeles Englefield" relatan una historia de vergüenza, de intriga y subterfugio palatinos, aclarando uno de los episodios más secretos del reinado de Elizabeth I. A estos documentos se unen otras tres cartas descubiertas en la British Library, y la primera de ellas fechada a 28 de mayo de 1588 por un espía inglés que responde a las iniciales B.C.. En ésta, B.C. describe el interrogatorio de Arthur Dudley y cómo las autoridades españolas tomaron en serio sus declaraciones, hasta el punto de darle alojamiento en la villa y corte y una pensión concedida por el rey Felipe II en persona. No solo eso, sino que el espía, que había servido previamente en la corte de la reina María I, precisó que ese Arthur Dudley tenía más de un parecido físico con su supuesto padre.
El segundo documento que viene a corroborar la identidad de Arthur Dudley es el testamento de Robert Southern, documento que no sólo confirma la existencia de Southern, sino que además añade toda una serie de detalles personales del sujeto: dónde vivió, los nombres de sus amigos, su cargo y mucho más, tal y como Arthur llegó a declarar en su interrogatorio en Madrid.
Si Arthur Dudley fue un impostor, ¿por qué se tomó la molestia de nombrar a una persona que existía realmente designándolo como su tutor, y aportar tantos detalles concretos sobre él?
Finalmente, el Dr. Doherty viajó hasta el Archivo Nacional de Simancas, donde encontró una carta del mismísimo Arthur Dudley en la que no mendiga dinero, ni puesto ni trato de favor alguno a su anfitrión, lo que lleva a pensar que su alegato fue sincero. Si Arthur fue realmente el hijo ilegítimo de Elizabeth I, tuvo sobrados motivos para tener miedo; de haberse publicitado entonces la verdad sobre sus regios orígenes, se habría declarado una crisis internacional, una guerra civil y una sorprendente revisión de la historia.
Retrato de Elizabeth I, Reina de Inglaterra e Irlanda (1533-1603), en un lienzo fechado en 1586.
Solo Robert Dudley y Elizabeth I supieron la verdad. Lord Leicester falleció en septiembre de 1588, un año después de que Arthur desvelase su sorprendente identidad a sus captores. La mujer que él amó le siguió a la tumba veinticinco años después, un 24 de marzo de 1603. Su desaparición marcó el final de uno de los reinados más controvertidos de la historia de la monarquía británica. Pocos soberanos fueron sujetos a tantas especulaciones como lo fue ella. Sepultada como una virgen y loada por su sacrificio personal en nombre de la felicidad de su país, la verdad sobre la vida romántica de Elizabeth I y su posible maternidad continuarán fascinando a las generaciones futuras.