24 DE ABRIL DE 1854 En Viena (Austria) se celebra la fastuosa boda del emperador austríaco de 23 años Francisco José ...
24 DE ABRIL DE 1854
En Viena (Austria) se celebra la fastuosa boda del emperador austríaco de 23 años Francisco José I y la princesa bávara Elizabeth, más conocida por Sissí, de igual edad.
El 24 de abril, a las siete de la tarde, el Imperio de los Habsburgo tenía los ojos y las esperanzas puestas en la iglesia de los capuchinos de Viena. Nada menos que quince mil velas iluminaban el interior del templo decorado con centenares de flores blancas y colgaduras de terciopelo rojo. Las joyas que lucían la futura emperatriz y todas las invitadas al enlace brillaban con fuerza a la luz de aquellas velas. Setenta obispos y prelados asistieron al arzobispo de Viena, el cardenal Rauscher, en una ceremonia que terminó con una larguísima y ensordecedora serie de salvas con los cañones que anunciaban al pueblo de Viena que ya tenían nueva emperatriz.
Hasta llegar a ese momento, Elizabeth había pasado por una auténtica montaña rusa de sentimientos y sensaciones. Desde su ceremonia de renuncia al trono de Baviera en Múnich, Elizabeth y su familia emprendieron un largo viaje escoltados por el cariño del pueblo, un cariño que se transformó en miradas escrutadoras y poco amables de la aristocracia que formaba la rígida y tradicional corte vienesa. Hombres y mujeres que valoraban por encima de todo la riqueza y un árbol genealógico intachable, algo que Elizabeth no traía precisamente de su Baviera natal.
A un ajuar más bien modesto (a pesar de que veinticinco baúles repletos de joyas, vestidos, más de cien zapatos, ropa interior y multitud de accesorios pueda parecer desorbitado), se añadía el hecho de que Elizabeth pertenecía a la rama real de los Wittelsbach, una rama menor de la dinastía imperial. Sissí era más bien una princesa modesta que además se preocupaba por los más desfavorecidos, los cuales, por cierto, eran cada vez más numerosos en el espléndido imperio de su esposo. Y es que mientras la corte imperial gastaba cantidades impresionantes de dinero en joyas, vestidos y todo tipo de lujos para celebrar el enlace de su emperador, el pueblo sufría cada vez más la carestía provocada por la falta de trabajo y los constantes conflictos en los que el imperio se veía implicado. Precisamente en aquellos días de grandes celebraciones en la capital imperial se libraba una de las guerras más difíciles del siglo, la Guerra de Crimea.
Pero en Viena, aquel 24 de abril de 1854 solamente importaba aquella ceremonia en la que el pueblo había puesto todas sus esperanzas. No importaba cuánto se hubiera gastado (o malgastado) en aquellos fastos, los habitantes del imperio solamente querían ver en la pequeña Elizabeth un rayo de esperanza que abriera el encorsetado y rígido gobierno del que iba a convertirse en su esposo. Demasiada responsabilidad para una niña que se tropezó, lloró y rompió el protocolo en más de una ocasión provocando la indignación de la aristocracia de sangre, personas que estaban dispuestas a no facilitar la vida de aquella princesita ascendida al poder por algún capricho del destino.
Tras la ceremonia religiosa, el largo día de la boda de Francisco José y Elizabeth se prolongó hasta bien entrada la noche. Audiencias, otra procesión por las calles de Viena para presenciar la iluminación de la ciudad en honor de los recién casados y, por fin, la cena de gala, que dio por finalizados los actos de la jornada nupcial.
El día de la boda fue un fiel reflejo de lo que sería su vida en la corte. Protocolo, rígidas normas y estrictos planes que debían cumplirse a rajatabla sin tener en cuenta los sentimientos de una niña a la que ni siquiera se le permitió abrazar a sus propias primas ahora que ya era la emperatriz de Austria.
El resto de su vida, como de todos es sabido, no fue un cuento de hadas.
Elisabeth recibió como regalo de boda una diadema estrellada que transformó para sus propios fines. Las estrellas tenían alrededor de 3,5 cm de altura, eran de forma abovedada y estaban ricamente decoradas con incrustaciones de grandes diamantes, los cuales destellaban diez o doce rayos cada uno. Algunas de estas estrellas fueron regaladas por la emperatriz a sus damas de compañía de la corte; todavía hoy muchas de estas estrellas están en manos de sus descendientes.
Esta es una de las más famosas pinturas de Sissi luciendo el peinado con adornos en forma de la flor de edelweiss, símbolo de los Alpes, donde ella se crió.
Las estrellas de diez puntas sin Perlas fueron creación de los joyeros Rozet y Fischmeier quienes eran – junto a otros renombrados orfebres – proveedores de joyas de la corte. Un set de esta joyería queda todavía y fue expuesto en Viena en el “Museo de Sissi” por algunos años en calidad de préstamo ya que se encuentra en una colección privada. Se trata de una gran Estrella de Diamantes de diez puntas haciendo juego con dos Estrellas de Diamantes más pequeñas y ninguna de las tres Estrellas cuenta con Perlas.
Francisco José I de Austria (en alemán: Franz Josef I.; en rumano: Francisc Iosif; en húngaro: I. Ferenc József; en serbio: Фрања Јосиф; en esloveno: Franc Jožef I.; en checo: František Josef I.; en eslovaco: František Jozef I.; en croata: Franjo Josip I.; en italiano: Francesco Giuseppe I.; en bosnio: Franjo Josip I.; Palacio de Schönbrunn, Viena, 18 de agosto de 1830-ibídem, 21 de noviembre de 1916) fue el emperador de Austria, rey apostólico de Hungría y rey de Bohemia, entre otros títulos,desde el 2 de diciembre de 1848 hasta su muerte en 1916. Su reinado de casi 68 años es el tercero más prolongado de la historia europea, después de Luis XIV de Francia y Juan II de Liechtenstein. Su lema personal era Viribus Unitis (‘Con unión de fuerzas’).
Hasta llegar a ese momento, Elizabeth había pasado por una auténtica montaña rusa de sentimientos y sensaciones. Desde su ceremonia de renuncia al trono de Baviera en Múnich, Elizabeth y su familia emprendieron un largo viaje escoltados por el cariño del pueblo, un cariño que se transformó en miradas escrutadoras y poco amables de la aristocracia que formaba la rígida y tradicional corte vienesa. Hombres y mujeres que valoraban por encima de todo la riqueza y un árbol genealógico intachable, algo que Elizabeth no traía precisamente de su Baviera natal.
A un ajuar más bien modesto (a pesar de que veinticinco baúles repletos de joyas, vestidos, más de cien zapatos, ropa interior y multitud de accesorios pueda parecer desorbitado), se añadía el hecho de que Elizabeth pertenecía a la rama real de los Wittelsbach, una rama menor de la dinastía imperial. Sissí era más bien una princesa modesta que además se preocupaba por los más desfavorecidos, los cuales, por cierto, eran cada vez más numerosos en el espléndido imperio de su esposo. Y es que mientras la corte imperial gastaba cantidades impresionantes de dinero en joyas, vestidos y todo tipo de lujos para celebrar el enlace de su emperador, el pueblo sufría cada vez más la carestía provocada por la falta de trabajo y los constantes conflictos en los que el imperio se veía implicado. Precisamente en aquellos días de grandes celebraciones en la capital imperial se libraba una de las guerras más difíciles del siglo, la Guerra de Crimea.
forma de la flor de edelweiss, símbolo de los Alpes, donde ella se crió.
Tras la ceremonia religiosa, el largo día de la boda de Francisco José y Elizabeth se prolongó hasta bien entrada la noche. Audiencias, otra procesión por las calles de Viena para presenciar la iluminación de la ciudad en honor de los recién casados y, por fin, la cena de gala, que dio por finalizados los actos de la jornada nupcial.
El día de la boda fue un fiel reflejo de lo que sería su vida en la corte. Protocolo, rígidas normas y estrictos planes que debían cumplirse a rajatabla sin tener en cuenta los sentimientos de una niña a la que ni siquiera se le permitió abrazar a sus propias primas ahora que ya era la emperatriz de Austria.
El resto de su vida, como de todos es sabido, no fue un cuento de hadas.
Elisabeth recibió como regalo de boda una diadema estrellada que transformó para sus propios fines. Las estrellas tenían alrededor de 3,5 cm de altura, eran de forma abovedada y estaban ricamente decoradas con incrustaciones de grandes diamantes, los cuales destellaban diez o doce rayos cada uno. Algunas de estas estrellas fueron regaladas por la emperatriz a sus damas de compañía de la corte; todavía hoy muchas de estas estrellas están en manos de sus descendientes.
Esta es una de las más famosas pinturas de Sissi luciendo el peinado con adornos en forma de la flor de edelweiss, símbolo de los Alpes, donde ella se crió.
Las estrellas de diez puntas sin Perlas fueron creación de los joyeros Rozet y Fischmeier quienes eran – junto a otros renombrados orfebres – proveedores de joyas de la corte. Un set de esta joyería queda todavía y fue expuesto en Viena en el “Museo de Sissi” por algunos años en calidad de préstamo ya que se encuentra en una colección privada. Se trata de una gran Estrella de Diamantes de diez puntas haciendo juego con dos Estrellas de Diamantes más pequeñas y ninguna de las tres Estrellas cuenta con Perlas.
Francisco José I de Austria (en alemán: Franz Josef I.; en rumano: Francisc Iosif; en húngaro: I. Ferenc József; en serbio: Фрања Јосиф; en esloveno: Franc Jožef I.; en checo: František Josef I.; en eslovaco: František Jozef I.; en croata: Franjo Josip I.; en italiano: Francesco Giuseppe I.; en bosnio: Franjo Josip I.; Palacio de Schönbrunn, Viena, 18 de agosto de 1830-ibídem, 21 de noviembre de 1916) fue el emperador de Austria, rey apostólico de Hungría y rey de Bohemia, entre otros títulos,desde el 2 de diciembre de 1848 hasta su muerte en 1916. Su reinado de casi 68 años es el tercero más prolongado de la historia europea, después de Luis XIV de Francia y Juan II de Liechtenstein. Su lema personal era Viribus Unitis (‘Con unión de fuerzas’).